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  • Writer's pictureValentina Becker Dañobeitia

Servicio al cliente: Chile y Países Bajos, un match poderoso


La buena mesa nos une a todos sin distinguir cultura, religión, origen o género. Desde tiempos milenarios nos hemos reunido alrededor de platillos, bebidas, música y bailes para compartir momentos inolvidables y conmemorar todo tipo de celebraciones. Ahora bien, cada cultura tiene elementos distintivos cuando se habla de servicios gastronómicos y atención al cliente. Bajo esta premisa, me gustaría compartir mi visión desde lo que he podido experimentar estos casi 4 años viviendo en Países Bajos. Cabe mencionar que todo lo que indicaré a continuación es desde mi realidad y vivencia, siempre existirán los matices y las excepciones.


Como buena amante del cafés familiares y acogedores, durante mi recorrido por el país de las bicicletas, el cafecito es un requisito obligatorio. Además, he tenido el privilegio de presenciar y colaborar en el tras bambalinas de las cocinas de reconocidos hoteles y restaurantes, así como también de hoteles boutique, abriéndome paso a conocer de primera mano los ingredientes, la ejecución y la dedicación que hay detrás de cada preparación. He estado en sinfín de lugares, tanto en mi papel de clienta como trabajadora de la industria gastronómica y hotelera, esto me ha dado una perspectiva bastante amplia para generar ideas propias acerca de las diferencias que existen entre el servicio al cliente tanto Chile, como en Países Bajos.


En su mayoría, l@s Dutchies (holandes@s) personas muy organizadas, que piensan a largo plazo, metódicas, proactivas y eficientes, en otras palabras, se orientan al resultado. Esto se ve reflejado a la hora de interactuar con los clientes en un restaurante, son directas, te preguntan qué quieres y luego de tenerlo todo claro se retiran para atender a la siguiente mesa. Casi no existen los rodeos o los quizás, son muy claros a la hora de socializar, el plato llega impecable y a tiempo a la mesa acompañado de un ‘eet smakelijk’ (disfrute su comida).


Cuando son ellos el cliente, se sorprenden al ser atendidos por una chilena ‘ese país está muy lejos’, comentan. Varios se congelan cuando la primera frase es ‘¿Buenos días, como está?’ al recibir un saludo inesperado y darse cuenta del interés genuino por interactuar. Al final de su estancia es común que te agradezcan o te deseen un buen día, y en casos excepcionales hasta un abrazo.

Es probable que culturalmente como chilenas estemos más orientadas al proceso. Para nosotras interactuar con el cliente más allá de prestar un buen servicio es algo que se nos da de forma natural. De alguna manera somos capaces de ser muy cordiales y cálidas a la vez. Quizás es por eso se nos da tan bien entablar una conversación con un cliente que puede extenderse por más de cinco minutos. Nos sentimos felices de poder ayudar; y de darles tips a un huésped sobre los mejores sitios para visitar en Ámsterdam o de cómo tiene que tomar el tranvía para llegar a la playa en La Haya. Se nos da muy bien recordar detalles que marcan la diferencia, como por ejemplo que a la señora de anteojos rojos y cabello gris se ha sentado 4 días seguidos en la misma mesa, cada día pide un vaso de agua a temperatura ambiente antes de su omelette con tres yemas y cuatro claras.

Está de más decir que ambas culturas tienen rasgos únicos e inigualables. Sin embargo, cuando la cultura chilena se junta con la holandesa, no cabe duda de que algo increíblemente bueno puede nacer como resultado de la combinación ambos estilos de atención al cliente. La eficiencia, precisión y organización son indispensables para que cualquier restaurante y hotel pueda funcionar. Además de ofrecer una atención impecable, empática y fluida a cada persona que entra por la puerta, suena como la receta perfecta para entablar una relación fiel y duradera con los clientes.

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